28/4/07

Partida de billar


Los dos y nuestros cafés, arropados por las luces tenues de la cafetería. Sin demasiada parroquia, las conversaciones que nuestros vecinos de mesa mantienen son apenas un murmullo de fondo que rompe, de tarde en tarde, alguna risa o el entrechocar de las tazas y las copas.

Al fondo del local, bajo una luz cenital, extiende sus pastos verdes un pool de billar. Madera oscura y pulida. A su alrededor, varias banquetas flanquean las fronteras.

- ¿Jugamos?
- No sé jugar. Juega tú, y te miro.
- No pretenderás que juegue una partida solo... venga, anímate. Te enseño.
- Soy muy torpe.
- Yo también. Seremos dos torpes jugando al unísono.


Sin demora te levantas y caminas hacia la mesa. Eliges, con no demasiada atención, un par de tacos de diferentes longitudes. El mío –no sé por qué- más corto.

- Tú eres más chiquita

(Claro... -me digo- yo soy más chiquita... así que necesitaré un taco más largo para alcanzar el centro de la mesa ¿no?) No tenemos ni idea. Solo pensarlo me pinta una sonrisa. No tenemos ni idea... pero vamos a jugar. Porque de lo que sí tenemos idea, y mucha, es de que nos gusta jugar.

Partida. Las bolas de colores quedan agrupadas en el triángulo de pasta negra que, luego, levantas.

- Elige. ¿Lisas o rayadas?

Automáticamente pienso: “Me da igual el color de las bolas. Total, no voy a ser capaz de meter una...”

La bola blanca. La bola negra. Un surtido de esferas coloreadas, con un número inscrito. Visto que soy novicia, empezamos con un continuo de quince bolas... no vamos a complicar las cosas desde el primer momento. Arrancas y todas salen disparadas, cada una hacia un lugar distinto. Ninguna de ellas entra en el agujero. Me toca.

(Demonios... ¿cómo se sujeta esto?). Me estoy haciendo un lío con mis brazos y el billar. Es entonces cuando te acercas, hasta quedar pegado a mi espalda:

- Extiende el brazo izquierdo. Así ¿ves? Sujeta la punta del taco, suave, que pueda deslizarse sin trabas, pero guiada. Ahora, apunta. Tienes que golpear en el centro de la bola blanca, presta atención, que golpee sobre la parte exterior de...

¿Qué preste atención? ¡Cómo voy a prestar atención, si te tengo pegado al cuerpo! Todo lo que estás diciendo se convierte en un murmullo indistinguible, susurrado a mi oído. ¡Qué calor hace aquí!... y me está entrando la risa boba. A ver, no, espera, me voy a poner seria...

- Vale. Golpeo la bola blanca y ...

¿Esto es un golpe? El taco se desliza desde mi mano, entre mis dedos, empujando la bola como quien barre. ¡Jesús con la dichosa bola! ¡qué calor hace aquí! ¿no? ¿no?. Bebo un sorbo de café, que se está quedando helado. Te colocas, apuntas, golpeas la bola y una de las rayadas sale disparada hasta ir a perderse en la oscuridad. ¡Clonc!... otro golpe, un fallo.

- Te toca.
- Voy. Ya voy.


Esta vez lo intento con algo más de seriedad y, sorprendiéndome a mí misma, la bola choca contra el lateral de la mesa y rebota, deslizándose casi alegremente dentro de una de las troneras laterales. Nuevo intento... allá voy, miro fijamente la bola blanca y trato de buscar el camino que cruza el verde hasta una bola intensamente roja. Pero al otro lado de la mesa me pierdo en tus tejanos. ¿Lo estás haciendo a propósito? Maldita sea... ¡pues no se me ha escap...!

- ¡Muy bien! ¿ves como puedes?

Salpicón de besos y achuchones. En el bar cada quien está a lo suyo, y nadie parece interesarse por dos bobos que juegan a jugar al billar.

- No veo nada. Bueno, sí veo algo, pero no es lo que se supone que debería ver...
- ¿Qué...?
- A ti. Quítate de delante cuando estoy intentando concentrarme. Me pierdo en otro taco.
- Tonta.
- Tramposo.


Más besos. ¿Por qué saben más dulces tus besos cuando estamos jugando? Incógnitas de la ciencia. Sea como sea, no consigo concentrarme en las bolas. Clinc-clonc-clac, tacada, rebote, entrada. Me pierde tu culo. Y esa pose. Joder, esa pose...

- Nena, tu turno...
- ¿Eh? Ahh... voy, voy, voy.


Aferro el taco. Me inclino de nuevo sobre la mesa, respiro hondo... pasas, me rozas, me distraigo: (’cusha, que postura más sugerente... ¿y si ya que estamos...?)

- Nenaaaaa... vengaaaa, ¡dale a la bola ya...!

¿Qué le dé a la bola? –pienso, y me muerdo la lengua para no seguir pensamiento arriba- Malditas sean todas las bolas menos dos, joderyaquecalorhaceaquí...

Poco a poco, entre risas, bromas y veras, una tras otra van cayendo al saco las bolas de colores. El café se ha quedado vacío, solos los tres –la camarera está al otro lado del tabique, tras la barra-, la música suave y el rítmico entrechocar de las esferas, puntazo va, puntazo viene.

Gano. Me sorprende ganar. Me huelo el tongo... tú lo que tienes son ganas de que me engolosine con este juego, y prisa, mucha prisa, por jugar a otro.

- ¿Ves? No era tan difícil.
- No. No era tan difícil.
- ¿Otra partida?
- Bueno... pero la próxima sobre hilo, no sobre fieltro. El taco lo pones tú.


Risas. Más risas. Muchísimas más risas. Y, mientras me aprieto contra tu cuerpo, puedo sentir el fuego prendido hasta en la música:

You give me fever...





Viernes, 19 de Diciembre de 2006