28/4/07

Carta a Esaú

Casi doscientos días pasaron ya desde nuestra despedida. Uno tras otro, sus soles fueron cruzando el horizonte. Desde entonces, la luz, que comenzó encogiéndose de frío por tu ausencia, se estira poco a poco, como si pretendiera alcanzarte y traerte de regreso. De perlas blancas se han llenado los dedos huesudos de los cerezos. Los míos esperan todavía para poder rozar tu piel.

Copié tu antiguo gesto y dibujo espirales sobre mi vientre, arropada en las sombras, aunque el hoyuelo diminuto donde buceabas no existe ya. Se ha transformado en el cono de un volcán, diminuto así mismo. Bajo su cúpula late el pequeño corazón de un pájaro de fuego. Escuchando su canto me duermo por las noches.

En primavera nacerá nuestra hija. Como tú, llevará en el nombre la huella de la ciudad donde, sonámbulos, nos conocimos y enredamos nuestros sueños. La ciudad del deseo, perfecto laberinto de calles que conducen a un paraíso protegido, gemelo al laberinto que recorremos cuando, siguiendo un hilo heptacromático y tenue, alcanzamos el corazón de nuestra burbuja azul, del lado oculto de la luna.

Tu hija y yo conversamos sobre ti. Reescribimos tu historia con palabras que ninguna pronuncia, palpamos tu sombra, te acariciamos, soplamos sobre tus párpados dormidos para alentar tus sueños, buscamos tu latido para completar el compás de los nuestros. Ignoramos cuanto tiempo aún habremos de permanecer sin tus caricias. En ocasiones, eso la enfurece. Mi cuerpo es para ella, entonces, una jaula que la aprisiona entre muros de carne y barrotes de sangre, impidiéndole correr a tu encuentro. Empuja, patalea, golpea airadamente todo cuanto encuentra a su alrededor, hasta que ambas terminamos exhaustas, sin fuerzas para más.

Mientras, pasan los días, y gira de nuevo el paisaje del valle. Cuando llueve cruzo el portón y dejo que la lluvia nos empape, dibujando ríos y cañadas, como hacíamos juntos cuando estabas aquí. Bajo el aguacero, imagino que es tu boca, y no las tibias gotas de la lluvia, la que recorre mi piel.

Imagino tu regreso, camino arriba, demorándote en todos los recordos hasta alcanzar el seto verdinegro, recubierto de escaramujo y zarzamora que envuelve nuestro hogar.

Soplo los vilanos. Sujeto a su plumón este mensaje y el viento los arrastra, pronunciando tu nombre como un eco:

Esaú, Esaú... mis brazos están huérfanos.


Martes, 8 de Marzo 2005