28/4/07

El ladrón de palabras

A diferencia de otros compañeros, Zebulón había llegado a la comunidad a una edad avanzada. En realidad había sido gracias a un golpe de desgracia, después de perder su empleo como dependiente en unos grandes almacenes. Cuando la ruina se aposentó en su vida y le quedó poco menos que nada por perder, lanzarse a por lo desconocido fue una aventura entre suicida y liberadora.

Claro está que otros, más jóvenes y ágiles que él, llevaban años de práctica en el oficio. Pero no tenían tanta dedicación, ni contaban con el acicate de su desesperación. El hambre ayuda, indiscutiblemente, a llevar a cabo las más arduas conquistas.

Así fue como, despacio, Zebulón se propuso aprender a robar palabras. Empezó con cautela. Robaba un verbo aquí, un adjetivo allá. Primero los cazaba al vuelo, sin tener un plan prefijado. Eran vocablos normales, que brillaban levemente en el batiburrillo de conversaciones ordinarias, como puede brillar un encendedor metálico en el interior de un bolsillo, o un portamonedas de lentejuelas en el fondo de un bolso. Pero, lógicamente, las palabras más comunes no se pagaban con demasiada generosidad. Los escritores, su clientela más habitual, o los políticos, astutos perseguidores de términos melifluos, hiperbólicos o retorcidos, no abonaban con la misma largueza un vulgar "tergiversador" que un contundente "hegemónico" o un esquizoide combinado de "dicotomía plural descentralizadora"... que nadie sabía lo que significaba, pero como cualquier traje nuevo de viejos emperadores, vestía muchísimo porque nadie quería reconocer su incapacidad para comprender el significado.

Zebulón aprendió a utilizar sistemas estratégicos: se colaba por internet y perseguía concienzudamente los bancos de pedantes que se movían entre las mallas de la red de redes, como sardinas plateadas en el mar, cubiertos de palabras brillantes, sonoras y apenas conocidas. En un principio, mientras estudiaba el terreno, explotaba los campos de chat, pero no tardó en darse cuenta que el vocabulario de la mayoría de aquellos espacios era limitadísimo y se arriesgaba, si no ponía atención, a perder lo que tenía almacenado en lugar de hacer nuevas capturas. Poco después, sin embargo, la Fortuna le vino a sonreír, mostrándole el camino de los foros. En los foros las palabras se quedaban prendidas sin fecha de caducidad a corto plazo, aunque a veces tenía que ser extremadamente ágil, pues algún que otro usuario sustituía los términos más complicados en provecho de una comunicación fluida. Las capturas aumentaron de forma considerable y Zebulón alcanzó grandes beneficios.

Las cosas hubieran discurrido de forma ventajosa para Zebulón, de no ser porque, a fuerza de andar siempre cazando los términos más llamativos, hermosos, complicados o curiosos, acabó por aficionarse a utilizarlos y, un día, combinó unos cuantos en hileras ordenadas, imitando cuidadosamente la forma en que los había visto utilizar por sus clientes.

He aquí que Zebulón escribió un libro, con todas las palabras robadas.

Y al pobre infeliz lo condenaron, por plagio.



Sábado, 2 de Septiembre 2006