28/4/07

La Niebla

La arena de la playa se pegaba a sus pies, los enharinaba, lijándolos suavemente al hundirse bajo el peso de sus pisadas. Ante ella se extendía la niebla, de un gris amarillento, cubriendo la superficie del agua. Tan solo una tenue puntilla asomaba bajo el faldón grisáceo, lamiendo la orilla.

Era como un muro. Un muro quieto separándola de la barca, de la luz, de todo cuanto no fuera el palmo y medio de espacio a su alrededor. Sabía hacia que lado estaba el mar por la blonda que lamía sus pies. Y nada más. Alrededor todo era infranqueable, inasible, fantasmagórico.

- La muerte debe ser igual que esto -se dijo, con una sensación de angustia subiéndole desde la boca del estómago- Nada. Ni siquiera oscuridad. Solo una masa amorfa, envolviéndote.

Allí, quieta, tratando de mantener la calma, de no dejarse llevar por el pánico, se imaginó a sí misma respirando la niebla, volviéndose, como ella, insustancial y gris, apenas un cúmulo de gotas de agua flotando sobre el aire. Y a cada pensamiento, con cada bocanada de aire que aspiraba, aquel pensamiento se convertía en certeza, y la certeza en realidad -intangible-. Su cuerpo se fundía, sus vestidos se vaciaban de contenido.

Cuando al subir el sol quemó la niebla y la hizo huir, un par de horas después, nada quedaba de ella a la orilla del agua. Tan solo un amasijo de ropas alborotadas. Los pescadores dieron en pensar que, voluntaria o equivocadamente, se había adentrado en la mar.

Pero a María se la llevó la niebla, convertida en deshilachado copo de nube. Y nunca regresó.



Domingo, 25 de febrero 2007