28/4/07

Amada Eterna

Toda la vida supo que ella era su destino. Durante muchos años trató de conquistarla, pero ella le esquivaba, huyendo de su abrazo en el último instante para ir en busca de otros amantes.

Hoy cumplía cuarenta y cuatro años. Tenía un trabajo satisfactorio, que le permitía vivir desahogadamente y darse ciertos caprichos. No era un solitario. Tenía familia y amigos. Pero aunque había mantenido relaciones con varias mujeres, ninguna llegó a cuajar en algo serio. Sólo la amaba a ella.

Supo que había llegado sin necesidad de oír la llamada en la puerta. La hizo pasar con un gesto de bienvenida, apartándose a un lado para poder contemplarla.

Era bella. Elegante en su sobrio vestido negro, sin más adornos que el contraste con su blancura. Rizos oscuros enmarcaban un rostro de piel suave, pómulos altos y nariz recta. Los ojos, ligeramente rasgados, destacaban enormes bajo el arco suave de las cejas, con las pupilas como obsidianas reluciendo con un fuego sin llama. La boca, sensual, aunque no excesivamente carnosa, insinuaba apenas una sonrisa.

- Amor mío, te necesito... -musitó, tendiéndole los brazos.

La voz femenina surgió, susurrante como el murmullo de una fuente, cruzando la semi-penumbra del salón.

- Lo sé, Andrés. Por eso he venido. Esta es tu noche, nuestra noche. Vamos...

Entrelazó sus dedos, como zarcillos de hiedra, en los dedos de él.

- Hoy tienes que ser mía ¿lo comprendes?. Toda mi vida he estado esperando este momento. No puedes volver a huir de mí y abandonarme. No quiero seguir sin ti.

- No volveremos a separarnos. Te lo prometo, Andrés.

La levantó en sus brazos, envolviéndola, sintiendo las punzadas de deseo arder en su sangre, como una droga dura. Sosteniendo el ligero cuerpo abrazado contra su pecho, cruzó el umbral del dormitorio.

Era hermosa. Él la contempló, brillante en su desnudez, cuando las ropas de ambos quedaron desparramadas alrededor. Los pechos, pequeños y erguidos. Las caderas, suaves y amplias, listas para acoger la vida, el hombre. Las piernas, largas y firmes, piernas de caminante. El sexo, como un nido de volutas negras envolviendo los pétalos húmedos de una rosa oscura.

La deseó. Más que a nada. Más que a nadie. La besó, dejándose invadir por el embriagador gusto a absenta de su boca.

- Ven. Contemplemos la noche, juntos.

Abrieron las puertas de la terraza. Afuera, millares de estrellas dibujaban senderos y un alfanje de luna cortaba la piel de la noche. Un ligero soplo de brisa hizo volar los rizos femeninos hasta el rostro de Andrés, envolviéndole en un perfume de dondiego y jazmines. La abrazó. Piel con piel, desnudos bajo las estrellas.

- Te necesito. Entrégate a mí. Aquí. Ahora. Seamos uno para la eternidad.

- Sí, Andrés. Hazme tuya. Hazte mío.

Y así, en la noche perfumada se fundieron los dos y, por un instante, parecieron volar.


*************



Las dos mujeres conversaban en susurros, algo alejadas del resto de la gente. El brazo de la más joven cubría, protectoramente, los hombros de la mayor, que sollozaba.

- No lo entenderé nunca, Carmen. No comprendo porqué Andrés ha hecho esto... ¡iba todo tan bien!. Su trabajo, nuestra familia, los amigos... ¡Todo!

- Deja de darle vueltas, mamá. Andrés siempre fue un loco, capaz de jugarse la vida por nada. Recuerda sus excursiones de joven, el rafting, la escalada, siempre al filo del abismo, siempre coqueteando con el peligro. Tenía que suceder algo así, tarde o temprano...

- Supongo que tienes razón, hija. Pero me cuesta aceptar que no está. Acabar así, sin dejar siquiera una nota... ¿no dejan siempre una nota los suicidas, Carmen?

La joven suspiró. Iba a ser difícil para todos. Por un instante odió a su hermano. Tan egoísta. Tan inconsciente. Tan loco. Miró a su madre con cariño y le tendió un pañuelo.

- No lo sé, mamá. No sé lo que hacen los suicidas. Pero Andrés nunca fue del todo normal. No podemos saber lo que pasó por su cabeza. Estaba borracho, y la absenta es una bebida peligrosa. Posiblemente tropezó y cayó al vacío. Toda su vida tonteando con la muerte, como otros tonteaban con las chicas, para terminar de una forma tan estúpida. -Abrazó suavemente a su madre- Anda, descansa un poco mientras llega la hora de salir. Yo me ocuparé de todo... y no pienses. Seguro que él, esté donde esté, ya es feliz.

FIN



Lunes, 27 de Octubre 2003