28/4/07

El grano

Lo he visto por pura casualidad. Me levanté, de madrugada, para ir al baño y también a beber algo de agua, porque el bacalao de la cena no estaba bien desalado y me había dado sed. Solo a Carmen se le ocurre poner bacalao para cenar, pero... así es ella y sus circunstancias.

Pues señor, ha sido al levantarme cuando lo he visto allí, erguido en mitad de aquella piel de nácar. Lo primero que se me ha ocurrido es que a ella le dará un soponcio cuando lo vea por la mañana, al mirarse en el espejo. Puedo imaginarla trasteando en el contenido de los armarios del cuarto de baño y del botiquín, en busca de algún ungüento, pomada o loción, capaz de hacerlo desaparecer como por ensalmo. Con toda seguridad lo único que conseguirá será empeorar la situación. Siempre que Carmen la emprende con algún problema el resultado es que lo encona más. Y eso me lleva, directamente, a la segunda consideración: eso no va a quedarse así, se agravará ostensiblemente. Lo más probable es que se torne purulento y enrojezca. Suele ocurrir cuando algo se toquetea de más, y Carmen es incapaz de dejar las cosas quietas y esperar que se calmen. Parece que obtenga algún placer especial en sacar las cosas de quicio. Es así; ha sido así desde el primer día que la conocí, en el instituto, siempre en el meollo de todas las discusiones, los altercados y los problemas. Todavía no comprendo que pude ver en ella para pedirle que saliéramos juntos... así que no mencionaré mi desconcierto cuando pienso en que estado de idiocia me encontraba para pedirle que se casara conmigo. Lo cual me lleva, directamente, a la tercera consideración, esto es: Carmen acabará convirtiendo esto en un cargo más en mi columna de "debe", esa que lleva tan escrupulosamente en el cuaderno negro, dentro de su cabeza, donde apunta todas las cuentas pendientes. Acabaré siendo el culpable, por activa o pasiva, de que ese inoportuno incordio haya plantado sus reales en mitad de su frente impoluta que ni siquiera las arrugas osan cruzar, merced a las dosis regulares de toxina botulínica con que las plancha regularmente, y que mi cartera se encarga, religiosamente, de abonar.

Y, llegados a este punto, he decidido que lo mejor que puedo hacer es ocuparme yo, personalmente, de la solución del tema. Ahora mismo, mientras Carmen duerme plácidamente. No tendrá que sofocarse por verlo, ni preocuparse de eliminarlo. Y, por una vez, tampoco me lo anotará en la libreta negra. Yo mismo lo extirparé, con decisión y firmeza.

Solo tengo una pequeña duda... ¿disparo directamente o a través de la almohada?. Creo que optaré por la segunda idea. Despertar a todo el vecindario sería poco educado.


Martes, 13 de Abril 2004