28/4/07

La Joya Escondida de Medinat al Zahara

Mi nombre es Fatma. Ibrahim al Faqad, mi señor, me llama la Joya Escondida de Medinat Al Zahara.

Mi señor me ha mandado llamar a su presencia. En la calidez de la noche descansa de su larga jornada, arropado por el aroma del jardín y la melodía que llega desde el otro lado de la celosía, donde los músicos tocan para él sin ver ni ser vistos.

Me aproximo envuelta bajo la tela del haïk, largo, blanco y pesado, que me oculta bajo sus múltiples pliegues. Tan sólo mi mano, dibujada de henna, asoma tras la tela suspendida frente a mi rostro y mi cuerpo. Pero a mi señor le llega el campanilleo de mis ajorcas y el susurrar de la seda que acaricia mi piel. Entre su cuerpo y el mío se extiende un camino de agua, bordeado por una hilera de antorchas, que lo hacen semejar lava ardiente, derramándose desde el surtidor hacia el cáliz del estanque que le espera más abajo.

Bajo su mirada atenta comienzo mi danza, lenta, cimbreante, y el aire que nos separa comienza a ondular desde las puntas de mis dedos hasta su piel. Los cueros de los atabales y los címbalos cantan al unísono de mi sangre, y mis caderas los acompañan con el tintineo de los cascabeles de plata que adornan mi falda bordada. Dejo caer el haïk, hasta el suelo, para presentarme a sus ojos que brillan oscuros, encendidos como brasas, mientras su boca aprisiona la dulzura de un dátil entre sus fuertes dientes. La sombra de mis brazos dibuja caricias sobre su piel, allí donde luego irán a posarse mis labios, serpenteantes como los laberintos de henna que me visten. Las aletas de su nariz tiemblan cuando le alcanza el aroma del aceite perfumado que hace brillar levemente mi piel, mezclado con el olor a tierra del jardín y el humo del narguile. Me desea, sus ojos me lo cuentan. Me lo cuentan sus dedos, mientras abre una granada madura, que lleva a la boca y de la que su lengua va desgranando las rojas semillas. ¡Ah! Mí señor... me enciende con sus palabras sin sonido. Arriba, tras la celosía, los músicos imprimen también un ritmo más acelerado a la canción, y así, envuelto entre los sonidos vibrantes y la mirada de mi señor Ibrahim, todo mi cuerpo empieza a girar en espirales que evocan nuestra unión, mientras él permanece quieto, abrazándome con su deseo.

En la oscuridad, iluminada por la luz de las antorchas, yo también me transformo en una antorcha viva, la voz del gambri se apodera de mí y despierta con las notas de sus cuerdas las cuerdas de mi sexo, me arquea y se filtra por mi sangre, recorriéndome desde las plantas de los pies al cabello y levantándome en el aire caliente de la noche. Puedo oír el gemido de mi señor, Ibrahim, que se adelanta, dejando caer narguile y frutas, para alzarme en sus brazos y transportarme en ellos más allá del ryad, convirtiéndome en la tierra que recibe las antorchas, en la granada que ofrece sus semillas, en los dátiles que se rompen bajo sus dientes, para derramarse en mí, como el surtidor en el estanque, y bailar conmigo una danza de ríos de fuego que nos consuman ambos hasta el amanecer.

Yo soy Fatma, Joya Escondida del jardín de Ibrahim al Faqda, en Medinat Al Zahara, y mi señor me ama.



Domingo, 9 de Noviembre 2003