28/4/07

Carta prohibida a un amor ausente

¿Donde andarás?. Hace frío. Estoy aquí sentada, meditando, dando vueltas a pequeñas naderías. Decidí ponerme a coser (esta vez trapos, no historias). Pero la mente pasea mientras las manos trabajan...

La vida se ha instalado en una rutina insidiosa, y aún así preferible a los sobresaltos a los que me tenía acostumbrada. Ya no hago planes. Tengo la absurda sensación de que ocurrirá algo que los desmorone. Vivo al día, o tal vez simplemente deambulo por la vida.

Océanos de preguntas. No tengo nada. No sé nada. No veo nada. No quiero nada. Soy pequeña, limitada, el amor me viene grande. Vuelvo a la costura. Las puntadas se persiguen, derechas, unas a continuación de otras. ¡Ojalá pudiera alinear con tanto orden mis pensamientos!. ¡Que alboroto dentro de esta cabeza!. Si los dibujo para ti, sobre el papel, quizás sea capaz de encontrarles sentido.

La noche avanza. No veo la luna, aunque sé que navega por ahí arriba, porque la vi, muy temprano, cuando el cielo aún era azul y estaba brillante de sol. Andaba alta, próxima ya al plenilunio, panzuda como una embarazada a punto de parir miles de estrellas. Por los patios maúllan los gatos, como todas las noches. Y dos borrachos discuten a voz en grito, hasta que alguien les amenaza desde una ventana, harto de que no le dejen conciliar el sueño. El mismo sueño esquivo que yo no alcanzo y a ellos les escamotean.

Detengo la aguja, suelto la labor, cierro los ojos. Te dibujo en mi mente... sí, creo que es el momento perfecto para hacerlo. Y se me eriza la piel de pensar en las yemas de tus dedos trazando líneas sobre su orografía. De pensar en tu boca dibujando caminos. Y se dispara una chispa, prendiendo brasas del vientre al pecho. Carne. Latidos. Humedades. A falta de tus tactos me recorren los míos. Cosquillean entre los senderos que va abriendo la memoria. Esta boca la habitó tu lengua. Aquí se posaron tus labios, aquí rozaron tus dientes, más abajo anudamos dos hambres, devoramos, bebimos. Mil sensaciones contenidas en las puntas de los dedos. Roces insinuados sobre órganos lamelibranquios, expediciones al fondo de la sima. Aquí se derritió la carne en borbotones de espuma blanca y dulce. En este caldero se mezclaron ansiedades y miembros. Recorre, busca, golpea el atanor de la memoria del sexo húmedo, que recuerda por su cuenta y riesgo. Así el cuerpo se me enciende, entre mis propias manos pensadas como tuyas, metamorfoseadas en ti, y se abre desesperado y voraz, fagocitando falanges que recrean un burdo remedo de tu sexo imbricado en el mío. Hasta explotar, ahíto de la nada, reverberando la carne en un tembloroso latido, jadeante, próximo a la pequeña muerte... tan solo falta un aroma, tu aroma.

El sueño se insinúa. La costura quedó abandonada. Sin frío por fin, me deslizo bajo el edredón. Lástima de tu ausencia, que ha dejado mi cama vacía. Son las cuatro, dos horas para soñarte. Y en el último parpadeo todavía se abre paso una pregunta:

¿Porqué contigo, casi siempre ausente?.


Domingo, 7 de Noviembre 2004