28/4/07

Desireé

Desireé duerme con el rostro hundido en la almohada. Su cabeza es una maraña de rizos oscuros, alborotados, que se extienden descolgándose hacia el borde de la cama como los zarcillos de una enredadera.

La brisa mueve las cortinas azules. Se sacuden como las alas de un pájaro gigantesco, dispuesto a emprender el vuelo hacia el horizonte, más allá de los acantilados que cierran la rada. Me gustaría que fueran mis alas, alejarme de aquí, dejarme arrastrar por las corrientes de aire. Pero son sólo cortinas, sin más. No pueden llevarme a ningún lugar.

Desireé duerme. Ahíta tras el festín de los sentidos, ha caído en un profundo sueño. Su respiración acompasada es apenas audible. Si cerrase los ojos, su presencia podría pasarme desapercibida.

Una mosca azul zumba por el cuarto. Entró por el balcón; curiosea las lámparas, los marcos de las fotografías, la hilera de frascos de cristal formando frente al espejo del tocador. Me gustaría ser como ella, explorar territorios desconocidos. Pero ¡son tan efímeras las moscas!.

Desireé duerme desnuda. Su cuerpo tostado de sol se ovilla entre las sábanas revueltas. Como una niña, duerme boca abajo, con su pierna izquierda levemente flexionada y la derecha atravesada en diagonal sobre el lecho. Pero no es una niña. Es la mujer-araña.

En el jarrón sobre la cómoda hay un ramo azul de hortensias. Cianóticas de beber agua envenenada. Me pregunto si mi piel también viraría al azul, bebiendo el agua que beben las hortensias. ¿Que diría Desireé si al despertar me viese azul? Probablemente diría que tengo un gusto pésimo para elegir mi piel, o que es poco adecuada para la ocasión.

Desireé duerme, sin preocuparse de nada. Relajada y tranquila. Es feliz, a su manera egoísta, sin atender a las alas de los pájaros, ni a las moscas, ni a las hortensias. Tampoco a mí. La única preocupación de Desireé es... Desireé.

Palpita una vena azul, como un río, recorriendo la geografía de mi brazo izquierdo. El brazo que reposa junto a Desireé, rozándola sin estorbar su descanso. Su sueño inviolable. Esa vena azul es el cordón que me ata a sus tobillos, perfectos, delgados, torneados. Podría cortarla, y entonces escaparía de aquí, como un globo de helio escapando de la garra de un niño.

Desireé duerme mientras yo la contemplo, tratando de averiguar si alguna vez formo parte de sus sueños o simplemente me ignora, igual que hace cuando está despierta. No soy sino otro elemento en la decoración del cuarto.

El cigarrillo de mi mano diestra dibuja volutas de humo azul. Se retuercen sobre sí mismas -exactamente como yo-, para luego elevarse -justamente todo lo contrario que yo-. Me gustaría flotar en espirales ascendentes, incorpóreas, en lugar de quedarme aquí, en silencio, en la prisión de mi cuerpo, tendido junto al suyo.

Desireé duerme en paz. Yo, mientras, voy muriendo poco a poco.



Lunes, 27 de Septiembre 2004