28/4/07

La carta de Byrsa. Un hallazgo arqueológico.

De Byrsa ab Qart, hija de dos razas, tejedora de palabras, árbol sin raíces, caminante.

A mi hermano, Yusuf Ibn Kadesh, hijo del Desierto de Sal, servidor del Rey, cartógrafo y escriba.

Hermano. Te escribo desde el útero de roca que me guarda, aquí, en los helados bosques del Norte, mientras el invierno llama a mi puerta que no existe. Te escribo en la lengua bárbara de mi padre, Ianuario, áspera como la roca que me rodea, crujiente como las ramas secas. La escarcha cubre las ramas de los árboles y pronto llegarán las primeras nevadas. Este será nuestro último invierno.

Hermano. Las hordas de los hiung-nu avanzan sin descanso, asolando las tierras al este del Gran Río. Las noticias que traen los correos cuentan que han arrasado Naiso y Sérdica. Aquellos que no mueren bajo su espada lo hacen lentamente, de hambre, pues siembran la desolación y la ruina. Los invasores no tienen casa, ni obedecen a rey alguno. No entienden de los signos nacidos en Biblos, ni aprecian la música, la danza o el arte de la palabra. Su ley es el terror y no distinguen entre asesinar ancianos o niños, hombres o mujeres. Cuentan, hermano, -horrorízate conmigo- que uno de sus caudillos ordena empujar a los grandes elefantes por los despeñaderos, pues disfruta escuchando sus bramidos mientras los cuerpos chocan contra las rocas.

Atiéndeme, hermano. Hace dos lunas se puso en marcha una caravana hacia las tierras de tu Rey. Viajan en ella las hijas de mi hermana de sangre, Elissa, hija de tu Desierto, acompañadas por todo aquello que no deseamos que los hiung-nu destruyan o hagan arder en las piras: los antiguos rollos de papiro con sus estuches de plata, las tablillas de Ur, grabadas con las Leyes, las vitelas con las recetas del médico sasánida, los delicados vidrios heredados de mi estirpe de Tiro, la púrpura y las sedas, las especias y, como regalo especial para tu monarca, un tablero de Shah Mat, en madera de sicómoro, con incrustaciones de nácar y ébano. Las niñas son nuestro futuro y llevan las arcas del pasado que no deseamos perder. Suplico para ellas tu protección, y la de tu Rey.

Ahora debo despedirme, hermano. Mi corazón añora las dunas que no volverá a ver y el suave batir de las olas contra las murallas de vuestra ciudadela. Los ojos del recuerdo contemplan las palmeras bordeando las arenas, y la visión del viejo templo de Melkart, en piedra negra, flotando sobre el agua en el rojo atarceder de estío, como en la vieja ciudad de Tiro, en otros tiempos, antes que construyeran el puente para el asalto. Las antorchas siguen arrojando su luz contra la playa blanca, y mis pies descalzos caminan todavía, junto a los tuyos, la senda entre dos mares.

Te pido perdón, hermano, por no haberte escrito en nuestra lengua materna, tan dulce, pero su música no está hecha para hablar palabras dolientes, sino para el amor.

As Salam Aleikum, habibi. Luz de mis ojos. Cuida de las niñas.



Martes, 2 de Diciembre 2003