28/4/07

Colgada de ti

Ha sido rápido. Un fogonazo a ras de suelo ha distraído mi atención justo cuando entraba en la curva de la carretera. Ese instante ha significado el fin, Amelia: mi fin. Tu pendiente ha rodado fuera de su escondite, bajo el asiento del copiloto, para ponerle punto final a nuestra historia, igual que escribió el principio, aquella primera noche.

Tú estabas ebria. Yo no. A mí me emborrachó ese olor a mar, tan tuyo. Tu olor y el brillo de aquel faro destellando en tu lóbulo perfecto dieron al traste con mi sensatez y mis buenos propósitos. Cuando mi boca se cerró sobre aquel anzuelo brillante, atrapando tu carne, ya no pude soltarme. Recuerdo que temblabas, mientras mi mano se afanaba, voraz, entre tus muslos jóvenes, en busca de otro lóbulo más íntimo, más húmedo, coronado por otra perla brillante. Sé que, ya entonces, presentí que aquello sería mi ruina, y lo susurré a tu oído, entre besos:

Amelia, amor, me muero por tus lóbulos... serán mi perdición.

¿Y tú?. Tú te reías -o llorabas, tal vez- mientras tus manos se colaban curiosas bajo mi ropa, exploradoras, tiernas.

No subimos a casa hasta mucho más tarde. Ya no recuerdo cuantas veces te recorrieron mis dedos y mi boca aquella larga noche, casi infinita, y todas las noches que siguieron después. Algunos llegaron a intuir que compartíamos mucho más que apartamento y libros. Sobre todo aquel muchacho, necio, que siempre rondaba husmeando tu carne aromática, y al que yo nunca he podido soportar. ¡Quien sabe!... tal vez ahora consiga su propósito.

Pero yo no, Amelia, yo no. A mí ya no me queda tiempo para propósitos. Me ha matado un destello de ese pendiente tuyo, del que viví pendiente, enamorada y loca. Diles que es tuyo, Amelia, díselo. Recupera la perla, no se equivoquen y la entierren abrochada a mi lóbulo.



Domingo, 26 de Septiembre 2004